Thursday, October 06, 2005

EL TEMPLO MAYOR DE MÉXICO.

CRÓNICA DEL GRAN AMANECER EN
EL TEMPLO MAYOR DE MÉXICO.
Por Waldemar Verdugo Fuentes
"Paisajes de México"

No en verdad, de veras, no en verdad
Nada tendrá su culminación
Nada ha de perecer en la Tierra
Hemos venido a hacer cantos
A conocernos unos a otros
Al sitio de los tambores.

(Fragmentos de escritura del rey poeta Nezahualcóyotl de Texcoco)


 
Alrededor del siglo V antes de nuestra era se dio en todas partes un florecimiento del pensamiento en el hombre: en  Grecia, Solón y Clístenes dictaban las pautas de la democracia; Zaratustra predicaba en Persia, mientras en China Lao-Tsze sistematizaba todo su concepto filosófico acerca del hacer las cosas como si no se las hiciera. Nacía Confucio y los escritores de la escuela de la Qabbalah terminaban de dar forma al Génesis y Apocalipsis bíblicos. Entonces poblaban esta Ciudad de México los primeros vecinos que habían llegado siguiendo la señal de la garza engullendo una serpiente y ya eran adelantados en cosas de la tierra y el cielo. En esa época se estableció un grupo de gentes sobre una colina y áreas aledañas, apenas visibles en las selvas bajas del Norte de Guatemala: los mayas. Nadie sabe de dónde vinieron ni hacia dónde se fueron. Pero crearon, en forma que aún no hemos llegado a desentrañar, una sorprendente civilización. Se asentaron desde Palenque en México hasta Copán en Honduras. Los ceibos, su árbol sagrado, rodeaban sus palacios y templos. Las ruinas de sus ciudades casi deificadas son hoy una fuente de emociones estéticas: los constructores mayas localizaban y llenaban un espacio por medio de sólidas masas para diferenciarlo del ámbito de la naturaleza y fijar la atención sobre un sitio, o sea, manejaban sus construcciones como si fueran gigantescas esculturas, en las que siempre la escritura era un elemento importante. En los peldaños de las casas y sitios sagrados tallaron la letra en la piedra y nos legaron su memoria. También la escritura jeroglífica les permitió registrar las observaciones astronómicas que hacían, pues del cielo hablan los murmullos de la más profunda raíz Maya. Para ellos tiene un marcado interés el planeta Venus: sus máximos brillos y mayores esplendores, sus nodos y ortos helíacos, su apariencia en los cielos de la noche y de la mañana, los tiempos de invisibilidad de la gran estrella y sus resurgimientos, sus tránsitos frente al sol... el calendario Maya de 260 días ha tomado como base el periodo sinódico de Venus y el anual del sol, y es un diezmilésimo de día más exacto que el año del calendario gregoriano que utilizamos ahora; los cronistas relatan que se añadía un día cada cuatro años, lo que equivale al año bisiesto actual. De acuerdo a la cronología de los mayas y aztecas nuestra humanidad es la quinta y cambiará veinticinco años después del crepúsculo de la tarde de este día 16 de agosto del 1987.
   Desde las últimas luces de ayer y este amanecer, nuestro planeta inició la última fase de su ciclo de ingreso a un rayo de luz galáctica ocurrido en el año 3113 antes de nuestra era, y que debe finalizar (según las estelas aztecas) el 21 de diciembre del 2012, día del solsticio de invierno del año en que podremos (el 5 de junio) escudriñar el tránsito del planeta Venus frente al sol. Mayas y aztecas marcan el tiempo transcurrido a partir  de una fecha mítica correspondiente  al 13 de agosto del año 3113 antes de nosotros.
   De lo azteca no se habla, se susurra. Su estirpe  es antigua como la piedra y misteriosa como el tiempo, limitan a lo alto con el canto de los pájaros tempraneros y a lo bajo con el latido del corazón de la tierra. Sus súbditos de Teotihuacán fueron encomendados para construir las pirámides al sol y la luna, y el centro de su cultura era Tenochtitlán, y en el centro de la gran Tenochtitlán estaba el Templo Mayor; allí daba audiencia Tlacaelel, el azteca entre los aztecas. Y cuando por órdenes del propio Tlacaelel, la Escuela de los escritores se unió a la de los escultores y astrólogos para tallar la Piedra del Sol, la misma Citlalmina, la mujer dormida, insufló su espíritu a los trabajadores, entre los cuales había mensajeros dedicados a traer las fechas que desde el cielo los dioses susurraban al rey poeta  Nezahualcóyotl en Xochimilco.
   Esta era una de esas fechas, y ha sucedido un raro fenómeno astrológico: el alineamiento de Venus, Marte y Mercurio, que coincidieron en su posición respecto al Sol y estuvieron en su más aparente cercanía a Régulo, la más brillante estrella de la constelación de Leo. Esta conjunción múltiple no ocurría desde hace más de 20 mil años, según registran también los aztecas y mayas y otros pueblos de la antigüedad como los Hopis, que se desarrollaron en lo que actualmente es la región sudoccidental de Estados Unidos. Estos pueblos sabios de antes han presagiado la posición que hoy tienen las estrellas como símbolos de extraños acaeceres. Los Hopis dicen que la humanidad tiene ahora un plazo de 25 años para renovar las prácticas de purificación que permitirán a la gente alcanzar el estado de ánimo apropiado para ser partícipe de una mejor civilización, una vez que en el 2012 la Tierra haya salido del rayo de luz y comience su nuevo ciclo.
   Ahora, en la Gran Tenochtitlán este amanecer fue celebrado con ofrendas al Templo Mayor. Hacia el norte, en la mítica Teotihuacán y a las faldas de la pirámide del sol hubo cantos sostenidos. Y la convergencia armónica también se celebró en el sur, allá en Machu-Picchu. Y más allá en la Isla de Pascua donde seguramente el hombre-pájaro salió de los reinos subterráneos y anduvo haciéndole punta a la luz. Con los que se reunieron en las pirámides de Egipto y las gentes de Colorado debe dar el total de 144 mil personas que debían hoy recibir la nueva Era.
   Aquí, en las afueras del Templo Mayor hubo discursos sobre la paz y la armonía entre los hombres, llegaron los sopladores de caracolas y se cantó en olvidadas lenguas mirando a un lugar en las estrellas. Se rodeó el Templo Mayor con  incensarios que  envolvieron el aire de copal, los hombres nos adornamos con ropas blancas y las mujeres traían puestas sus sandalias de sándalo que perfumaban la tierra que pisaban.




   El mítico centro ceremonial llamado Templo Mayor fue descubierto, por casualidad, en 1978. Ahora, los arqueólogos siguen excavando y sacando a la luz una ciudadela enterrada en pleno centro de la Ciudad de México. En el Templo Mayor el panteón de dioses prehispánicos estaba presidido por Tlaloc, dios de la vida simbolizada en el agua, a la izquierda. Y a la derecha por el dios de la muerte, Huitzilopoxtli, simbolizado con la guerra.  Al centro, rigiendo la cosmogonía de los antiguos mexicanos, está Coyolxauhqui, la Coatlicue, la tierra, la sabia, el maíz, la fertilidad agrícola.  Fray Diego Durán narra que “esta diosa lloraba algunas veces por la noche, deseando comer corazones de hombres, y no se quería callar, en tanto que no se le daban, ni quería dar fruto si no era regada con sangre de hombres”.
   De acuerdo con la crónica de Andrés de Tapia, soldado de Hernán Cortés que vio el Templo Mayor antes de ser arrasado, sabemos que fuera del santuario “tenían ídolos con unas culebras gordas de oro ceñidos, y por collares cada uno con diez o doce corazones de hombre, hechos de oro, y por rostro una máscara de oro y ojos de espejo...” Quinientos años después, de lo que se ha rescatado del centro ceremonial, lo primero que llama la atención es la imaginería fantástica con que se expresa cada idea.  Piedras de forma zoomorfa, ídolos y rocas con bordes tallados al filo de obsidiana, entre la escritura jeroglífica que envuelve los altares y cada columna.  El sitio ya se puede apreciar cruzando los puentes metálicos que se han alzado a sus orillas, y, se ve cómo cada visitante que cruza habla en voz baja.  El impacto es inmediato.

Mi corazón trepida
¿Dónde está la región en que no hay muerte?
¿No habré de ir allá yo?  ¿No he de perecer?



   La forma de lo que se ha excavado es la de una pirámide de base cuadrangular, cuyos costados miran a los cuatro rumbos del universo. Cada punto cardinal indica una cara del Templo con un dios creador, un símbolo y un color. El símbolo es una planta específica para cada rumbo, cuya función era la de “sostenedores” del cielo, por lo cual se perdían a la distancia como las ondas del mar retornando de un ombligo imaginario, por el que las fuerzas de los dioses entraban a la Tierra. En el punto de encuentro de esas fuerzas se construyó el santuario, justo donde se encuentra el plano horizontal con el vertical, es decir, en el paso a los niveles superiores o celestes, y a los del inframundo o negros. Todo rodeado por espejos de agua. Digamos que a partir de aquí creció el Imperio Azteca, “el  lugar de los que primero poblaron”.
   Con pluma deslumbrada, el capitán Hernando de Cortés escribe al emperador Carlos V: "...y entre estas mezquitas hay una que es la principal, que no hay lengua humana que sepa explicar la grandeza y particularidad de ella, porque es tan grande que dentro del circuito de ella, que es todo cercado de muro muy alto, se podía muy bien hacer una villa de quinientos vecinos; tiene dentro de este circuito, todo a la redonda, muy gentiles aposentos en que hay muy grandes salas y corredores donde se aposentan los religiosos que allí están. Hay bien cuarenta torres muy altas y bien obradas, que la mayor tiene cincuenta escalones para subir al cuerpo de la torre; la más principal es más alta que la torre de la iglesia mayor de Sevilla. Son tan bien labradas, así de cantería como de madera, que no pueden ser mejor hechas ni labradas en ninguna parte, porque toda la cantería de dentro de las capillas donde tienen los ídolos, es de imaginería y zaquizamíes, y el maderamiento es todo de masonería y muy pintado de cosas de monstruos y otras figuras y labores. Todas estas torres son enterramiento de señores, y las capillas que en ellas tienen son dedicadas cada una a su ídolo, a que tienen devoción".
   A la llegada de los españoles anchas calzadas colgantes saltaban las calles de agua, enlazando plazas con edificios de piedra pulida entre espléndidos jardines.  Y sobresaliendo de toda aquella magnificencia se levantaba el Templo Mayor, que hasta ese momento había ejercido su influencia religiosa desde el Océano Pacífico hasta el Golfo de México, y al norte y al sur. Poco se sabe de sus constructores, excepto que se establecieron en el sitio a comienzos del primer milenio, proviniendo de una llamada tierra de Aztlán, también nombrada Chicomoztoc o lugar de las siete grutas, que se encontraba en mitad del agua. En verdad, no se sabía de su origen más que esto, por las crónicas, pero el sitio había sido tragado por la tierra, junto con la historia de sus constructores. Fray Toribio Benavente, "Motolinia", ha comparado las plagas de Egipto con lo ocurrido en Tenochtitlán. Señala que la séptima plaga es la destrucción de la ciudad y cómo se aprovecha la materia prima proveniente de los templos para la construcción de las primeras iglesias y conventos coloniales. Los dioses son ocultados y enterrados, otros son destruidos y utilizados en los cimientos de los nuevos edificios.
   El 13 de agosto de 1790, un día similar al que alrededor de 300 años antes marcara el fin de Tenochtitlán, es descubierta en la Plaza de Armas (actual Zócalo), la diosa madre, Coatlicue. Poco después, el 17 de diciembre del mismo año, será encontrada la Piedra del Sol. Las obras que originan el resurgimiento de los dioses han sido ordenadas por el virrey Revillagigedo, al tratar de hacer ciertos trabajos de emparejamiento en la plaza y conductos para el agua. De inmediato se ordena el traslado de las piezas y es así como la primera pasa a la universidad, en tanto que la Piedra del Sol estará por varios años a un costado de la Catedral. La universidad estaba controlada entonces por frailes dominicos, quienes deciden volver a enterrar la colosal estatua de Coatlicue en los patios del mismo recinto de estudios. Allí estará durante varios años, hasta que en 1803 el barón Alejandro von Humboldt, solicita verla y recurre al obispo de Monterrey, don Feliciano Marín, para que lo ayude a tal fin. Es así como la diosa vuelve a resucitar para ser vista por Humboldt, luego de lo cual nuevamente es enterrada. No será sino hasta 1821 que finalmente se la sacará a la luz permanentemente. Cuando, luego de mostrar los dibujos que logró de la Coatlicue, se le preguntó a Humboldt en Europa la razón que provocaba esta actitud de esconderla siendo tan bella, él responde: "No quieren oponerla a la juventud mexicana, para aplacar ídolos en esta época independentista". El año 1900 va a corresponder a don Leopoldo Batres realizar el rescate de gran cantidad de objetos ceremoniales, en la calle de Las Escalerillas, detrás de la Catedral, hoy Guatemala. Batres es el primero en creer que el Templo Mayor se encontraba debajo de la Catedral, con su fachada principal orientada hacia el Sur. Sin embargo, sería don Manuel Gamio quien en 1913-14 descubre la esquina Sudoeste del Templo Mayor, en la esquina de Guatemala y Seminario. Años después, en 1933, el arquitecto Emilio Cuevas excava frente a los trabajo de Gamio y encuentra una albarda muy elaborada y parte de una escalera, conjunto que pertenece a una de las últimas plataformas sobre las que se asienta el Templo Mayor. Algunos años más tarde, en 1948, los arqueólogos Hugo Moedano y Elma Estrada Balmori, excavan y amplían las excavaciones de Gamio, encontrando un muro con cabezas de serpientes y cráneos, así como un brasero y una cabeza de serpiente  que hoy sabemos marca la mitad del edificio que apunta efectivamente al Sur. En la madrugada del 21 de febrero de 1978, cuando obreros de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro realizaban trabajos en la esquina de las calles Guatemala y Argentina, al excavar dieron con algo duro, limpiaron el lodo que cubría la piedra que les impedía excavar, y descubrieron relieves tallados en ella. Detuvieron el trabajo y al día siguiente dieron aviso al Instituto Nacional de Antropología e Historia: la mítica Coyolxauhqui, la de cascabeles en las mejillas, la diosa decapitada por sus hermanos, había sido encontrada al pie del Templo Mayor, descuartizada, pero íntegra obra de arte del mundo antiguo de América.

No te acobardes, corazón mío
Gocémonos, amigos, gocémonos
Haya amistad común
Conozcámonos unos a otros.
Nos habremos ido nosotros
Pero nuestra palabra, el tam-tam
el canto vivirá en la tierra.

 


   El director del proyecto de rescate del Templo Mayor es el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, cuyo trabajo de una vida lo ubica hoy en un sitial mundial único, aunque ocupaba desde antes un alto sitial público en México. Ha sido director de Monumentos Prehispánicos, director de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y presidente del Consejo de Arqueología de México. Hoy, Matos Moctezuma dedica todo su tiempo al rescate de este centro ceremonial, donde lo conocí en octubre de 1987, cuando se inauguró el Museo del Templo Mayor, época desde la cual me atreví, por decir así, a escribir mis impresiones del sitio. El hombre se muestra muy cordial, y siempre es accesible a conversar con los visitantes en la obra misma. La excavación está ubicada a unos metros del Palacio de Gobierno y a un costado de la Catedral, o sea, en el corazón de la ciudad, su Zócalo.
   Dice Matos Moctezuma: -Vale la pena recordar cómo se descubrió el Templo Mayor. Fue en la madrugada del 21 de febrero de 1978. Había un grupo de hombres trabajando, obreros de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro: cavaban para conectar unos cables cuando de repente dieron con una piedra tallada con una serie de elementos escultóricos. Detuvieron su trabajo y dieron aviso al Instituto de Antropología que envió un grupo de compañeros, los que supieron, al ver el monolito de 3.25 metros de diámetro, la magnitud de lo que se había encontrado. Los trabajos de rescate no se han detenido desde entonces.
   -Los resultados de las primeras excavaciones, ¿están de acuerdo con los datos históricos que se tenían?
   -Esa ha sido una de las sorpresas agradables, por decirlo así; al poder comprobar que la información que teníamos era bastante correcta.  Teníamos antes que basarnos en antiguos documentos, pictografías y crónicas de los siglos XVI y XVII. Especialmente sabíamos por los relatos escritos por algunos soldados como Bernal del Castillo, Tapia y Hernán Cortés mismo, así como por crónicas de algunos frailes en que sobresalían las descripciones de Bernardino de Sahagún, Diego Durán, Motolinia y Torquemada. Otro grupo de antecedentes lo conforman las crónicas de los propios escritores indígenas, como Tezozomoc, Ixtlilxochitl y Chimalpahin. En lengua nahua, que hablaban los aztecas, se conservan otros manuscritos de los que se han hecho traducciones, como los “Anales de Cuauhtitlan” y la “Leyenda de los soles”, que constituyen el llamado Códice Chimalpopoca. Teníamos también el Códice Mendocino. Y la llamada Tira de la Peregrinación, el Códice Mexicano y el Borgia... una serie de antiguos documentos que describían lo que era el Templo Mayor, su significación. Y lo que hemos encontrado en estas primeras excavaciones está de acuerdo, por ejemplo, con la ubicación que tenían ciertas esculturas.
   -¿En qué estado de conservación se encuentra la estructura del sitio?
   -Creíamos que todo iba a estar más afectado, más destruido, pero no. Para nuestra fortuna es posible situar las diversas etapas constructivas, su arquitectura, todo en condiciones bastante buenas, inclusive con sus pilares recubiertos de estuco, pigmentos de colores, ofrendas con multitud de objetos de uso común; el Chacmol, una deidad asociada al agua y la fertilidad de la tierra, policromado frente a la entrada del adoratorio de Tlaloc, la piedra  de sacrificios frente a la entrada del adoratorio de Huitzilopoxtli, esculturas intactas... La mayor sorpresa ha sido el buen estado en que va floreciendo de la tierra el Templo Mayor.
   -Desde que usted asumió las tareas de rescate. ¿Cuál ha sido el plan que se ha seguido? ¿Cómo se realizan los trabajos?
   -Desde el comienzo se ha realizado la investigación en tres fases. La primera ha consistido en la recopilación de la mayor información que existía acerca del Templo, comparando las fuentes escritas con la evidencia arqueológica. La segunda fase es la excavación misma que solo en su primera etapa duró cinco años, y nos permitió rescatar más de siete mil objetos arqueológicos. La tercera fase es la conjunción de las dos anteriores: la interpretación de los hallazgos, su relación con las fuentes históricas y su confrontación con los planteamientos iniciales.
   -De acuerdo a la identidad del centro ceremonial, ¿qué se ha establecido acerca de la organización religiosa que aquí imperaba?
   -Lo prioritario fue establecer el simbolismo del Templo mismo, ya que de ello dependían otros aspectos, por ejemplo, para explicar la presencia de determinados dioses, su relación con el mito y este, a su vez, con la cosmogonía que tenían del universo. De esto se derivó, por religión comparada, que el lugar, en sí, representa el ombligo, el centro fundamental del pensamiento de sus constructores. Ellos concebían un plano vertical: arriba el cielo y abajo el infra mundo. Así como un plano horizontal, en que está el mundo del hombre, que es el Templo Mayor.
   -¿Cómo relacionaban estos planos?
   -El plano en que se manifiesta la vida humana, el horizontal, terrestre, divide el plano vertical en dos: hacia arriba trece cielos, y hacia abajo nueve lugares-pasadizos, antes de llegar al más profundo de ellos, el Mictlan o infra mundo. El Templo Mayor está ubicado en el cruce de los dos caminos.
   -¿De dónde surge la cosmovisión de quienes lo construyeron?
   -Surge de la observación que el hombre hace de todo lo que lo rodea.  Las personas, las plantas, los animales, el día, la noche. Todo nace y muere. Es un ciclo que siempre se repite. No de otra manera puede concebirse el universo y su renovación: surge de lo que ven. Por eso, de acuerdo a lo que veían y entendían, el Templo Mayor implica el núcleo del orden universal. Con un panteón de dioses forjados a imagen y semejanza de lo que se creían como explicación a la vida y la muerte.

¿En dónde no hay muerte?
¿En dónde es la victoria?
Ojalá que nunca muriera yo
Ojalá que jamás pereciera
¿A dónde van los que ya no tienen cuerpo?
¿Hay vida aún allá en esa región
en que de algún modo se existe?
¿Tienen aún conciencia nuestros corazones?
¿Es que allá los veré?
¿He de fijar los ojos en el rostro
de mi padre y de mi madre?

   Dice el arqueólogo Matos Moctezuma que sus  planteamientos,  “son  aún  iniciales, pues, de partida, las excavaciones son incipientes, y el proceso no culmina mientras la excavación continúe. Al contrario: cada día surgen cosas nuevas". 
   Lo que se ha descubierto hasta ahora, lo vemos presente en la concepción que de los templos principales se tiene en otras religiones. Elíades de Mircea (en su “Tratado de Historia de las Religiones”, 1979) señala: “Todas estas construcciones sagradas representan simbólicamente al universo entero: los pisos o terrazas son identificados con los cielos o niveles cósmicos. En cierto sentido, cada uno de ellos reproduce el Monte Cósmico, es decir que se le considera como construido en el centro del mundo. Y por el hecho de estar situado en el centro del cosmos, el Templo o la ciudad sagrada son siempre punto de encuentro de las tres regiones cósmicas”.
   En la arquitectura  del  Templo  Mayor  de  México,  estas  llamadas regiones cósmicas se identifican con el nivel terrestre en la plataforma general, sobre la que el centro ceremonial se asienta. Los cielos están simbolizados por los cuerpos que forman el edificio. Al infra mundo se llega por un lugar del Templo que es como dos cerros que chocan entre sí, y que se anuncian paredes calladas con calaveras. Grandes ofidios de piedra con restos de antiguos colores, marcan el paso de una región a otra. Rocas labradas con su lenguaje propio, que, en verdad, nadie sabe con precisión desde cuándo están ahí. Porque entre los objetos encontrados los hay de culturas anteriores a la azteca, como una serie de máscaras pertenecientes a la cultura de Teotihuacán, posiblemente realizado en el año 400. Dice Matos Moctezuma que el objeto más antiguo hallado hasta ahora es una máscara Olmeca del año 800 antes de nuestra era. Le pregunto desde cuándo se vislumbra la ubicación exacta del Templo, y responde:
   -Existían indicios desde finales del siglo XVIII, cuando comenzaron a brotar del suelo, literalmente, figuras y monolitos cada cierto tiempo y siempre en zonas aledañas a este sitio. Los primeros monolitos que se encontraron corresponden a la Coatlicue, la Piedra del Sol y Tizoc. Poco a poco comenzaron a aparecer escalinatas, otras enormes esculturas y los primeros indicios de que existían plataformas. En 1913, don Manuel Gamio asienta que estos restos son del Templo Mayor, pero no se aportan nuevos antecedentes hasta 1933, en que se encuentra parte de la albarda Sur de la plataforma de la VI etapa, hoy sabemos que ha tenido al menos siete etapas de construcción. En 1948 se excava un tiempo en la plataforma sur, pero los trabajos se detienen, porque no aparecen pruebas contundentes de que se trata efectivamente del Templo Mayor. En 1964, yo efectuaba el rescate de un adoratorio decorado con mascarones del dios Tlaloc, al norte de la calle Justo Sierra, y me parece que el adoratorio forma parte del gran recinto ceremonial, pero no había modo de probarlo.  En 1975, en los trabajos de piloteado que realizamos debajo de la Catedral, aparecen restos de edificios, entre ellos, uno que podría ser el Templo del Sol, y otro, de planta circular, que se ubica inmediatamente al norte del Sagrario con su porción sur debajo del mismo. Temíamos que todo el Templo Mayor estuviera debajo de la Catedral, hasta que en 1978 se produjo la sorpresa del notable descubrimiento de los obreros de la Compañía de Luz -nos dice Matos Moctezuma.

¿Quién de vosotros, amigos, no lo sabe?
Mi corazón sufre, se llena de enojo:
No dos veces se nace
No dos veces es uno hombre
Solo una vez pasamos por la tierra
Gocemos ahora, estén alegres nuestros corazones
Amigos, luego tenemos que irnos
Ahora, mañana o pasado tenemos que irnos
Y aunque eso suceda
¿Acaso no hemos venido a vivir?

 
  En la actualidad, para la ciencia los constructores del Templo Mayor representan un desafío. Se sabe que tenían conocimientos muy avanzados, inexplicables en la antigüedad, ante los cuales la ciencia no sabe qué responder. La llamada Piedra del Sol, por ejemplo, es un verdadero calendario que no marca días terrestres, justamente. Porque corresponde al calendario que rige las evoluciones del planeta Venus en torno al sol.  Con un peso de varias toneladas, monolitos iguales a este se han encontrado en otros centros ceremoniales de la cultura maya en Centroamérica. Otra Piedra del Sol se encontró en los Andes bolivianos, como se sabe, donde vivió la población pre-incaica de Tiahuanaco, al sur del lago Titicaca, y la de que tampoco se sabe mucho más. En estos puntos la gran piedra tallada es igual: incidiendo que la América precolombina sabía que el año de Venus era de 224 días, conocía que una de sus caras mira siempre al sol, como ocurre a la Luna con relación a la Tierra.  Los arqueólogos y criptógrafos dicen que lo insólito de la Piedra del Sol es que fija las conjunciones del Sol y Venus hasta el 22 de diciembre del año 2012, cuando Venus pasará entre nuestro planeta y el Sol, lo que dedujo la ciencia actual luego de innumerables cálculos científicos. ¿Cómo los constructores del Templo Mayor lo sabían?

En cofre y caja esconde a los hombres
y los envuelve en ropaje el dador de vida
En medio de colores nos hace vivir
No preguntemos y ¡gocémonos de la primavera!

   Sabemos cómo fue elegido el sitio para construir el Templo Mayor por diversas fuentes, como las crónicas de Diego Durán y Tezozomoc, quienes narran que en el transcurso de su peregrinación para ubicar el sitio, lo primero que hacían los antiguos mexicanos al llegar a un lugar, era levantar un altar para su dios Huitzilopoxtli. Esto mismo va a ocurrir cuando llegan al sitio que espera por ellos, el cual identifican por algunas señales que el dios, por boca de los sacerdotes, les ha comunicado. Escribe Durán: "Lo primero que hallaron fue una sabina blanca toda, muy hermosa, al pie de la cual  salía aquella fuente. Lo primero que vieron fue que todos los sauces que aquella fuente alrededor tenía, eran blancos, sin tener una sola hoja verde. Todas las cañas de aquel sitio eran blancas, y todas las espadañas alrededor. Empezaron a salir del agua ranas, todas blancas, y pescados, todo blanco, y entre ellos, algunas culebras del agua, blancas y vistosas. Salía esta agua de entre dos peñas grandes, la cual salía tan clara y linda que daba sumo contento".
   Más adelante agrega Fray Diego, al referirse a las otras señales: "...andando de una parte en otra, divisaron el tunal, y encima de él, el águila, con las alas extendidas hacia los rayos del sol, tomando el calor de él y el frescor de la mañana, y en las uñas tenía un pájaro muy galano, de plumas muy preciadas y resplandecientes." Allí construyeron el Templo Mayor y alrededor la Ciudad de México, que nace, entonces, de un pueblo del cual no sabemos casi nada. De acuerdo a la historia de las religiones, todo nuevo asentamiento o fundación de ciudad va acompañada de señales y el espacio sagrado "descubierto" se convierte en un área definida que proporciona una fuente inagotable de energía. En cuanto a su relación con el universo, al cual se representa en este espacio sagrado, el investigador Mircea Elíade se ha asombrado al descubrir la similitud que existe entre las diversas religiones al repetirse el simbolismo de cuatro singularidades: "La fundación de la nueva ciudad repite la creación del mundo; en efecto, una vez que el lugar ha sido validado ritualmente, se eleva una cerca en forma de círculo o de cuadrado interrumpida por cuatro puertas, que corresponden a los cuatro puntos cardinales... las ciudades, a semejanza del cosmos, están divididas en cuatro; dicho de otra manera, son una copia del universo".
   Asienta el cronista Clavijero que "la fundación de la ciudad y reino de México comenzó por la construcción del santuario de Huitzilopoxtli, el que apunta a los cuatro puntos de la tierra." De esta manera el Templo Mayor dio vida y fisonomía propia a Tenochtitlán, que impresionó a los que vieron la ciudad desde lo alto del Templo. Dice Bernal Díaz del Castillo: "Y veíamos el agua dulce que venía de Chapultepec, de que se proveía la ciudad, y en aquellas tres calzadas, los puentes que tenía hechos de trecho a trecho, por donde entraba y salía el agua de la laguna de una parte a otra... y veíamos en aquellas ciudades cúes y adoratorios a manera de torres y fortalezas, y todas blanqueando, que era cosa de admiración". Otro cronista, Francisco Hernández, historiador de Felipe II, anotó: "Se podía ver en uno y otro sentido toda la ciudad, el lago, y en él las ciudades y los pueblos a lo lejos, y nada más hermoso podía presentarse a la vista". El mismo Hernán Cortés, anota en su segunda carta de Relación: "Esta gran ciudad está fundada en esta laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha ciudad, por cualquiera parte que quisieren entrar a ella, hay dos leguas. Tiene cuatro entradas, todas de calzada hecha a mano, tan ancha como dos lanzas jinetas". La posición estratégica del sitio dentro de los lagos del Anáhuac y tierras aledañas, permitía a los aztecas defender el corazón de su ciudad que era el Templo Mayor. En el croquis atribuido a Hernán Cortés, en que se ve al Templo de cuyos cuatro lados parten sendas calzadas, es así como esta pirámide de cuatro costados determinó el trazo geométrico de su ciudad al dotarla de cuatro calzadas que arrancaban de sí misma y la comunicaban con el exterior. Es decir que desde lejos, cualquiera que fuera el camino que se siguiera, se veía la enorme mole del gran templo como final del viaje, una pirámide cuya forma omnipresente de construcción mesoamericana resultaba en verdad un cerro de abundancia, por ello la forma piramidal del Templo Mayor, con su base cuadrangular y cuyos costados miran a los "cuatro rumbos del mundo". Eran estas cuatro calzadas: la de Tacuba, hacia el Este; la de Iztapalapa, hacia el Sur, con ramal rumbo a Coyoacán; la de Tepeyac, hacia el Norte; y la cuarta, que terminaba en un embarcadero antes de iniciarse el rumbo a Texcoco. Estas espaciosas avenidas eran las que dividían Tenochtitlán en cuatro sectores que recibían los nombres de Cuepopan (luego San Juan); Atzcualco (luego Santa María); Moyotlan (luego San Sebastián) y Zoquipan (luego San Pablo). Estas cuatro principales arterias, junto con los canales que trazaban los sectores, fueron la base del trazado o distribución de la nueva ciudad, aunque Alonso García Bravo, el alarife de Cortés, apenas si hubo de modificar la estructura prehispánica de este notable producto del ingenio azteca, que hoy cobija a la capital de México contemporáneo.
   He conversado con el maestro César Macazaga Ordoño, autor, entre otras importantes obras, del "Diccionario de la lengua Náhuatl", y le he preguntado el origen del vocablo "México". Nos dice: "Según Sahagún el vocablo vino de "mexitli", que fueron "los que primero poblaron". Torquemada expresa la misma idea cuando escribe: "los mismos naturales afirman que este nombre (México) lo tomaron del dios principal que ellos trajeron, el cual tenía dos nombres, el uno Huitzilopoxtli y el otro Mexitli, y este segundo quiere decir "ombligo del maguey", y así dicen que los primeros mexicanos lo tomaron de su dios, y así en sus principios se llamaron mexitli, y después se llamaron mexica y de este nombre se nombró la ciudad." También el vocablo mexitli puede ser corrupción de mexictli, en cuyo caso estaría compuesto por metl (maguey), que proporciona su elemento fónico me, y xictli, que quiere decir "ombligo", pero también, como dice Clavijero, "se toma metafóricamente por el centro o medio de cualquier cosa". En tal virtud mexitli sería el centro del maguey, precisamente donde se hace el cuenco para extraer el aguamiel." Otro pasaje de Sahagún vuelve a confirmar el vínculo del nombre de México al maguey, emparentado a su vez con Huitzilopoxtli, cuando refiere que "caudillo y señor que traían a estas partes los mexicanos, al cual luego después que nación le llamaron cictli, "liebre"; y porque en lugar de cuna lo criaron en una penca grande de maguey, de allí adelante llamóse mecitli, como quien hombre criado en aquella penca de maguey; cuando ya era hombre fue sacerdote de ídolos, que hablaba personalmente con el demonio, por lo cual era tenido en mucho y muy respetado y obedecido de sus vasallos, los cuales tomando su nombre de su sacerdote se llamaron mexica o mexicas, según lo cuentan los antiguos". Al parecer luego se produjo una confusión entre mexitli y mecitli, entre liebre y ombligo del maguey; lo racional, de acuerdo con el pensamiento religioso de los antiguos mexicanos, se nos antoja que es de la expresa relación con el maguey de donde viene México. De igual manera coinciden algunos textos en un caudillo de nombre Mexi o Meci, como en el texto de Durán: "Llamábanlos por otro nombre mecitin, que quiere decir mexicanos, a causa de que el sacerdote y señor que los guiaba, se llamaba Meci, de donde toda la congregación tomó la denominación". En su Tira, Ixtlilxóchitl (II, 28) afirma que el caudillo Ocelopan el segundo, "acordándose de la tierra de sus pasados, acordó de venir a ella, trayendo consigo a todos los de su nación, que ya se llamaban mezitin". Leemos en las Décadas de Herrera: "Llamóse Mexi el caudillo que este linaje llevaba, de donde salió el nombre de México". Clavijero corrobora: "ahora estoy seguro que México es lo mismo que Mexitli o Huitzilopoxtli... a causa del santuario que en aquel lugar se le erigió". También hay concordancia en el Códice Ramírez: "Fueron caminando con su arca por donde su ídolo los iba guiando, llevando por caudillo a uno que se llamaba Mexi, del cual toman el nombre de mexicanos; porque de Mexi, con esta partícula ca, componen mexica, que quiere decir la gente de México". Por consiguiente, Méxi-co significa "en el lugar de Mexitli o Mécitl, es decir, donde está su templo, que es precisamente el Templo Mayor de Tenochtitlán".
   Le he preguntado al maestro Macazaga Ordoño su conclusión acerca del lugar de origen de quienes construyeron el Templo, y se limita a los antecedentes escritos que existen, como el del cronista indígena Cristóbal del Castillo, quien afirma que los mexicanos emigraron de la laguna de Aztlan-Chicomóztoc porque ahí "mucho los afligían, mucho los esclavizaban..." Por ello pidieron a su dios que los llevara a "un sitio bueno y plácido". Su dios Huitzilopoxtli no se hizo esperar y les dijo que ya conocía donde "se cría todo cuanto será necesario a vosotros, que nada falta"... donde hay "mucho lugar florido, que nada se está necesitando, que todo allí en el sitio se da." El nuevo lugar es referido en la crónica de Cristóbal del Castillo como Xochitlalpan, "donde (está) la tierra florida", y Tonacatlalpan, "donde (está) la tierra de los mantenimientos". Es decir, el numen promete llevarlos a un lugar de abundancia que ya conocía, pero que hubieron de hallar al fin de muchas jornadas y esfuerzos en los lagos del Anáhuac. Ahora bien, para saber de dónde venían los aztecas (de Aztlan), debemos intentar ubicarnos por el lugar donde ellos ubicaban el nacimiento de Huitzilopoxtli: el llamado Coatépetl o cerro de las mazorcas, que es un lugar de abundancia. La raíz coat significa literalmente serpiente, aunque su significado metafórico es mazorca. Es decir que el mito del lugar de nacimiento del dios es un sitio de mucho maíz, la base de la alimentación mexicana; donde los cosechadores de la mazorca se asocian luego con dioses y deidades, entre quienes ubica un principal sitio la excepcional Coyolxauhqui, tallada en su piedra circular, la mujer descuartizada, que también era nombrada Chicomecóatl, la diosa del maíz. No sabemos, en verdad, de dónde exactamente venían, pero resulta obvio decir que eran un pueblo culto: ellos sabían que la tierra era redonda.  Desde el momento que grabaron el orden de nuestro Sistema solar en la piedra circular..."
   La escritura que se ve en los grandes monolitos que brotan del Templo, encierra un lenguaje de imágenes universales, plagado de trazos y concepciones que son más signos que retrato. Cada piedra del Templo tiene magistralmente integrados elementos iconográficos con la magia rítmica del movimiento, en que la ornamentación y el simbolismo son una misma cosa, una invocación constante al espíritu primordial, por eso, las formas de sus dioses, lejos de constituir un fin en sí, son jeroglíficos de conceptos y datos que esperan ser descifrados.

¡Que nadie se entristezca aquí,
amigos nuestros!
Así somos: un breve instante
Solo un corto tiempo somos
Y se ha de poner tierra
entre aquí y allá
¿Aún allí hay placer?
Goza, digo yo aquí
No dos veces se vive.

   Cuando nos acercamos a la cara Sur que cierra el cercado de  cuarenta mil metros que se han podido excavar, el maestro Matos Moctezuma nos hace pasar por una escalera interior al espléndido edificio en que ya está acondicionado el Museo del Templo Mayor, abierto al público: hay una muestra permanente de hallazgos, cafetería, una librería y varias salas. Salimos del lugar utilizando lo que fue un colector de aguas descubierto a fines del siglo XIX y que ahora se ha adecuado con barandas para el paso de los visitantes entre las ruinas. Le comento que por alguno de estos escalones debe haber cruzado Hernán Cortés, marcando a cada paso el fin del Imperio Azteca.  Y Matos Moctezuma dice: “Fue por aquí, debió caminar por estos escalones, que son los que hemos excavado hasta ahora correspondientes a la época de la Conquista;  estaban cubiertos por las dos últimas estructuras. Por estos detalles se dice que está aquí el mito vivo”.
   Se sabe que no cualquiera puede escribir de arte tratándose de América precolombina, que lleva intrínsecamente expresiones simbólicas generadas por su pensamiento religioso; sin embargo sólo anotaremos que, en efecto, el arte que vemos en el Templo Mayor es un medio para representaciones de los dioses y de otras cosas sagradas, con expresión de símbolos. De aquí que las obras artísticas, más que ofrecer motivos decorativos, aparecen tachonadas con elementos de significación mítica, labrados de trazos y concepciones que son más signos que cosas. Lo que sugiere retratos es escaso, porque aquí todo sugiere y avasalla a las cualidades plásticas naturalistas y realistas, dando la apariencia de que las esculturas están separadas del mundo en que vivimos. Anotemos que la talla de la piedra de Coyolxauhqui, de 3.25 metros de diámetro, la diosa descuartizada, parece algo sobrehumano con esa actitud de arrobamiento y entrega al destino que la eterniza al alejarla del mundo terrenal, transformándola en un concepto; en el relieve se integran magistralmente la magia del movimiento con los elementos iconográficos, cada uno con su significado propio. En el Templo la ornamentación y el simbolismo son una misma cosa, una invocación viva del espíritu; son obras de arte religioso elaboradas con sabiduría y respeto al oficio, tallas de manos artesanas que obedecen a una causa sagrada. En ocasiones, como en el monolito de Coyolxauhqui ("la mujer preciosa" como la nombraban cuando les concedía abundante cosecha de maíz), en su forma pétrea podemos hablar de un arte ultra simbólico, porque la inusitada desnudez de la diosa sirvió al genial escultor de la Escuela de Citlalmina, más que para destacar características antropomórficas, para ataviarla con signos de carácter sagrado.
   El monolito de la Coatlicue, que brotó de la tierra junto a la Piedra del Sol, representa a una mujer cuya cara es una culebra que se enreda al cuerpo; su falda tiene un tejido de culebras, tiene muchas manos y está adornada con calaveras. Según el Códice Florentino, siendo Coatlicue sacerdotisa del Templo de Coatepec, estaba barriendo un día y se encontró unas plumas tiradas que guardó en su falda. Cuando las buscó, ya no estaban allí y después resultó que estaba embarazada. Al saberlos, sus 400 hijos varones y una hija, Coyolxauhqui, se pusieron celosos e intentaron matarla, pero cuando lo iban a hacer, entonces nació Huitzilopoxtli, vistió sus atavíos; tomó su escudo de plumas de águila; cogió su lanza y sus dardos azules de turquesa; se pintó franjas diagonales en el rostro con "pintura de niño"; sobre su cabeza colocó plumas finas y sus orejeras; y sus dos piernas y sus brazos iban pintados de azul, y así ataviado mató a los 400 hermanos; luego Coyolxauhqui fue herida con una serpiente hecha de teas, la xiuhcóatl, cortándole la cabeza, que quedó abandonada en la ladera de Coatepetl: el cuerpo se fue rodando, cayeron sus manos, sus piernas y Coyolxauhqui quedó descuartizada. La xiuhcóatl era una arma tremenda de Huitzilopoxtli, representada en forma de dardos en los monolitos, por traducción sería una "serpiente cometa", una arma "que maneja luz celestial". En 1904 el antropólogo Eduardo Seler identifica a esta serpiente de luz solar con el calor, el fuego que hace posible la génesis agrícola y la madurez de los frutos. Según Tezozomoc, después que Huitzilopoxtli "mató, degolló y le sacó el corazón" a Coyolxauhqui, preside el Templo Mayor como dios de la guerra, de los tributos y de los sacrificios; en una cúspide, en ubicación paralela con Tlaloc, dios del agua y la agricultura. Anotemos que el monolito de la Coyolxauhqui, de excepcional belleza, fue rescatada de la tierra en el mismo lugar que citan Sahagún y Torquemada, ubicada en un lugar privilegiado del Templo Mayor, relacionada en devoción con las otras dos deidades más altas, "en medio, un peldaño más bajo se ubicaba el disco de piedra que se mantenía en una mesa o plataforma, al mismo nivel de Coatlicue". El monolito de Tlaloc, la lluvia, apareció de la tierra un año después de la Coatlicue, en las excavaciones de la calle Guatemala, el 17 de diciembre de 1791. Según Sahagún, "la piedra o Cuauhxicalli de Tlaloc representa a la vida, porque es dios de los mantenimientos y dador de ellos, señor del mundo verde, las gomas, las verduras y las yerbas olorosas y virtuosas". Torquemada también dice de Tlaloc, "que en nuestro lenguaje quiere decir señor de la vida." Entonces, Huitzilopoxtli, Tlaloc y Coyolxauhqui-Coatlicue constituyen en lo fundamental el corazón del templo Mayor, son la raíz espiritual y artística de la fervorosa ciudad de Tenochtitlán, centro de culto a la vida y a la muerte.


   Todas las formas de los dioses en el Templo, lejos de constituir un fin en sí, son jeroglíficos de conceptos; lo que induce a que mientras más descubrimos el sentido de su lenguaje, la talla nos parece más perfecta. Aquí los artistas prehispánicos supieron combinar el arte con las potencialidades expresivas de su mitología. Gracias a la eficacia con que lograron expresar su pensamiento, podemos conocer hoy aspectos de su vida que nos han dejado escrita en esculturas monumentales, en pequeñas piezas de oro, jade, obsidiana y alabastro, en la escritura de los bajorrelieves tallados profundamente sobre piedras duras, capaces de resistir un fuerte pulimento.
   En Latinoamérica, ¿nos sentimos hoy de alguna manera ligados a ese mundo que va brotando de la tierra misma en pleno centro de la más poblada de nuestras ciudades? Hasta su lengua para los mismos mexicanos es extraña; cuanto más sus creencias, sus pensamientos, su cultura. Cuando uno está en el sitio le parece increíble una mentalidad que ubica su templo encima de otro que hoy sabemos era magnífico; destruyendo casi por completo la civilización natural al sitio. Sus adelantos científicos, su música y su poesía fueron enterradas y quinientos años después hemos tenido que comenzar de cero para rescatar algo de cuando la ciudad era la más fastuosa de América. No solamente vencieron los conquistadores; asesinaron una civilización. Hoy, mientras brotan del suelo los antiguos dioses y maneras, mientras los pensamientos surgen aquí y allá, cuando conocemos algo más cada día de sus creencias, al mismo tiempo, uno se pregunta si hay tiempo aún de rescatar y utilizar sus altares para comunicarnos con nuestra memoria histórica, o si es demasiado tarde y fuimos desterrados definitivamente del Templo Mayor.

Por Waldemar Verdugo Fuentes
Ilustraciones: Collages del autor
FOTOS: Max Clemente staff-VOGUE
Juan Coria, Jefe Departamento Fotografía INBA-México.
Fragmentos publicados en papel vegetal en UNOMASUNO-México, 26 de septiembre de 1987; en EL MEXICANO B:C:N: 7 de febrero de 1988. Artes e Historia-México.

OFRENDA A LAS PUERTAS DEL TEMPLO MAYOR.

OFRENDAS EN EL TEMPLO MAYOR DE MÉXICO.

(Utilizados en este escrito fragmentos de escritura del Rey Nezahualcóyotl de Texcoco)



No en verdad, de veras, no en verdad Nada tendrá su culminación
Nada ha de perecer en la Tierra
Hemos venido a hacer cantos
A conocernos unos a otros
Al sitio de los tambores.




 

¿En dónde no hay muerte?
¿En dónde es la victoria?
Ojalá que nunca muriera yo
Ojalá que jamás pereciera
¿A dónde van los que ya no tienen cuerpo?
¿Hay vida aún allá en esa región
en que de algún modo se existe?
¿Tienen aún conciencia nuestros corazones?

No dos veces se nace
No dos veces es uno hombre
Solo una vez pasamos por la tierra
Gocemos ahora, estén alegres nuestros corazones
Amigos, luego tenemos que irnos
Ahora, mañana o pasado tenemos que irnos
Y aunque eso suceda
¿Acaso no hemos venido a vivir?

Así somos: un breve instante
Solo un corto tiempo somos
Y se ha de poner tierra
entre aquí y allá
¿Aún allí hay placer?
Goza, digo yo aquí
No dos veces se vive.


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